El CARBÓN VEGETAL o picón. Transformación tradicional de madera en carbón en 1991 | Documental

El CARBÓN VEGETAL o picón. Transformación tradicional de madera en carbón en 1991 | Documental

La abundancia de bosques de roble y carrasca en las tierras altoaragonesas y el consumo de carbón vegetal en las cocinas y en los vehículos a gasógeno han sido los dos ejes vitales para el desarrollo hasta los años 60 de un viejo oficio que hoy ya ha desaparecido de nuestra geografía, el carbonero. Estos grandes carrascales y robledales fueron podados y limpiados hasta hace un par de décadas por familias de carboneros que transformaban la madera de sus ramas en carbón vegetal. Una variedad de este tipo de carbón utilizada para alimentar los braseros que calentaban las habitaciones de las casas, era el cisco o picón y su elaboración corría también a cargo de los carboneros. La materia prima de mejor calidad para la elaboración del picón era la ramilla procedente de la poda de las encinas que se solía hacer al entrar el invierno estas ramas se dejaban extendidas por el monte durante algunos meses y en muchas ocasiones hasta un año con el fin de que perdieran la humedad para facilitar su combustión a la vez que desprendían las hojas que mermaban la calidad del producto. El fencejo remojado previamente para garantizarsu elasticidad era la atadura más corriente a la hora de hacer los fajos con la familia seca. Otro elemento de atado era la y lligarza o ligarza hecha con un arbusto llamado comúnmente pitichaina que se cortaba en su época apropiada antes de que empezara a mover la savia ayudándose de una manera determinada antes de que se secara tanto la atadura de piti chain como la de cuerda de alpaca y de sisal tenían la ventaja de que por su abundancia y poco coste se podían echar al fuego con el fajo ahorrando el trabajo de desatar las si el fajo de ramil ya no era muy grande se utilizaba para su atado en ocasiones el tallo de lseg el que era un cereal cruce entre trigo y centeno La preparación de los fajos se hacía colocando la parte más recia de la rama en el centro, y la delgada en las esquinas. El agavillado consistía en preparar la ramilla una vez seca, en pequeños montones capaces de ser transportados en un brazado sin atar. Los hombres prácticos en transportar la rama hasta el fuego, preferían este sistema, por ahorrarse el trabajo de atar y desatar los fajos. Terminados los fajos, éstos se apilaban en un lugar cercano al punto de elaboración del picón, que permitiera un rápido transporte. Dado que los carboneros utilizaban como materia prima para la elaboración del picón, la ramilla sobrante de hacer las carboneras, el lugar más apropiado para hacer el picón era la plaza que quedaba una vez recogido el carbón. Para ello, había que preparar y limpiar el terreno a golpe de jada, dejando alrededor un círculo de tierra lo más fina posible que facilitara el apagado. El encendido de la piconera daba paso a un proceso de pocas horas, que requería rapidez, seguridad y sacrificio. Los dos o tres primeros fajos que se echaban la piconera, permitían que el fuego cogiera fuerza. A partir de ese momento, había que mantener la llama, echando fajos ordenadamente, en el lugar y momento oportunos. El piconero o carbonero conocía el momento en que el fuego pedía más leña, según los factores de los que dependía el proceso, como el grado de humedad de la leña, el estado del tiempo.... El peor enemigo de este trabajo era el aire, porque movía incontroladamente el fuego, requemando una parte de la leña y dejando cruda la otra. Por otra parte, el aire impedía al piconero echar la leña homogéneamente alrededor del fuego al desplazarse la llama de un lado a otro. Otro enemigo de este proceso era el calor. Normalmente, el picón nunca se hacía en verano, tanto por el riesgo de incendio que suponía, como por el calor. Este era un trabajo muy peligroso para la vista, lo que obligaba a los piconeros a colocarse de espaldas para echar las ramas. La lluvia, sin embargo, no era impedimento para la elaboración del picón, ya que el fuego de la voluminosa hoguera permitía que hubiera calor suficiente para quemar la rama que se iba añadiendo. Los fajos se echaban en posición vertical alrededor del costillar o parte media de la piconera. La disposición de la punta gruesa de las ramas en el centro de los fajos, facilitaba su rápido quemado al caer en el centro del costillar que tenía toda la fuerza del fuego. Una vez echada en la piconera toda la leña preparada a su alrededor, se dejaba recocer. En esta operación había que quitar los troncos más gordos, que si se dejaran hasta quemarse del todo, haría que se convirtieran las ramas más finas en ceniza. En un punto intermedio de cocción, y cuando se acababa la llama, se procedía al apagado de la piconera. Sorteando el fuerte calor que desprendía el rescoldo, se remojaba la superficie externa con agua a fin de reducir el ardor, de tal modo que permitiera acercarse al fuego. Para el apagado del rescoldo se utilizaba la tierra preparada y amontonada a su alrededor, echándola con gran rapidez en la superficie de la piconera. En esta operación se dejaban unos agujeros sin tapar en la base llamados "bufardas", y otro en la corona, para que quedara un circuito de aire por el interior, que favoreciera la cocción de los troncos que todavía no se habían quemado. La situación de la leña en el interior venía determinada por el color del humo desprendido por la corona. Cuando todavía quedaban troncos crudos o a medio cocer, salía el humo blanco, convirtiéndose en azul cuando se recocían. El cambio de color en el humo marcaba el momento de tapar las "bufardas" y el agujero de la corona. Como la primera capa de tierra tenía como función impedir el paso del aire en el costillar de la piconera, era necesario aumentar su grueso para dejarla apagar. El tiempo de apagado estaba en función del grado de humedad de la leña, siendo la más seca la que más tiempo conservaba el fuego. Por término medio, una piconera tardaba entre cuatro y ocho días en apagarse. Para evitar el fuerte calor del proceso de elaboración del picón, este trabajo se realizaba, en muchas ocasiones, antes de amanecer. Una variedad de apagado del rescoldo resultante de la quema de la ramilla, consistía en remover rápidamente las brasas, pasándolas de un montón a otro despues de remojarlas con agua. Esta técnica de elaboración del picón es la que se utiliza en la actualidad en algunas zonas de Extremadura, y su rápido enfriamiento permite un envasado directo del producto resultante. Cuando había escasez de tierra en los alrededores para apagar la piconera, porque el terreno era de grava, los fuertes vientos podían impedir el desarrollo correcto de la cocción, el proceso se realizaba metiendo la rama en el interior del suelo para favorecer su apagado. Para ello se hacía un agujero en el terreno, con forma de media naranja, que acogiera en su interior la mayor cantidad de ramas. Los carboneros que se dedicaban a este trabajo, podían llevar a la vez, hasta ocho o diez piconeras, encendiendo y apagando una detrás de otra, mientras las anteriores se refriaban. El apagado en este caso, dada la menor superficie de la piconera en contacto con el aire, requería menos cantidad de tierra, y se realizaba de la misma forma que en el caso anterior. En cualquiera de los dos métodos de hacer el picón en el suelo, apagando con tierra, había que revisar la piconera en las primeras veinticuatro horas, ya que se corría el riesgo de que pudiera penetrar aire por algún agujero, quemando todo el producto en muy poco tiempo. La pequeña caldera de fabricación local, supuso una clara ventaja en la elaboración del picón. El proceso era el mismo que con las piconeras en tierra, con la diferencia que, la ramilla se echaba en pequeñas gavillas en lugar de en fajos atados, en proporción a la boca de la caldera. Estas gavillas se introducían por la parte fina de la ramilla, que se encendía antes, quedando fuera la parte gruesa de la rama que requería más tiempo de exposición al fuego. Llena la caldera, y cuando la llama desaparecía quedando todo el rescoldo de la brasa, se cerraba la boca con un tape de ajuste perfecto. Con una masilla, preparada con tierra de buro y agua, se precintaba la juntura de la tapa y cualquier poro que pudiera dejar entrar aire en el interior. Esta operación se hacía en dos veces, ya que la primera capa se resquebrajaba por el calor desprendido. Los carboneros que se dedicaban más intensamente a la elaboración de picón, disponían de un sistema de caldera de mayores proporciones, que permitía un mayor rendimiento al introducir fajos grandes en su interior. Esta técnica de trabajo, igual que la anterior, requería un reparto homogéneo de los fajos, introduciéndose alternativamente a uno y otro lado de la caldera. A la vez que aumentaba el volumen del rescoldo en el interior de la caldera, con un largo forcón de hierro se removían las brasas para que se quemaran todas las ramillas. Otra forma de remover las brasas era mediante el bandeo de la caldera, facilitándose así un equilibrio en el cocido de las ramillas. Terminado el proceso, se cerraba la tapa de la caldera y se precintaba con la mezcla pastosa de agua y tierra de buro, para impedir que se encendiera el rescoldo por cualquier entrada de aire. Al igual que la caldera pequeña, este sistema de elaboración sólo necesitaba dos jornadas para el refriado total del picón. Transcurrida la semana necesaria para el refriado de la piconera, todos los miembros de la familia intervenían para sacar el picón. Con el rodillo, que era un largo palo terminado en un triángulo de madera, se removía la superficie del costillar por capas, depositándolas alrededor de la piconera. Con el “rasclo” o rastrillo se separaba el picón de la fina tierra, quedando preparado para su ensacado. En este momento era cuando se manifestaban los posibles restos de fuego que quedaran en el picón, apareciendo círculos humeantes de ceniza que había que apagar rápidamente con tierra o agua. La recogida del picón era idéntica en cualquiera de los dos métodos de elaboración por apagado con tierra. Al final del proceso, y con el fin de obtener el picón lo más limpio posible, se separaba la tierra con una griba, recogiéndose el producto en una espuerta para su posterior ensacado. Para el vaciado de las calderas, había que limpiar previamente el terreno, y sobre él se vertía el producto obtenido. La gran capacidad de la caldera contribuía a respetar en parte, la longitud de las ramas que se introdujeran. Este resultado era significativo de un perfecto desarrollo del proceso. La rentabilidad de este trabajo en la caldera era superior al de la tierra, como dieron testimonio los 166 kilos de picón que se obtuvieron de los 50 fajos de rama de encina que se quemaron. Con el ensacado del picón, éste quedaba dispuesto para su envio a las carbonerías. El cierre de los sacos se hacía con cuerdas, despues de tapar el producto con ramas de bucho que impidieran su pérdida. El pesaje del picón ensacado se hacía con un instrumento llamado "romana", compuesto por una palanca que tenía trazada la escala de pesos, equilibrada con un contrapeso que se desplazaba en su recorrido. Con la implantación de la energía eléctrica y el butano para producir calor en las habitaciones, el brasero ha quedado relegado a ser un objeto más de museo. Con la desaparición de este sistema de calefacción se ha extinguido, casi totalmente, este proceso productivo, que, a pesar de su dureza, tuvo unos dignos representantes en todos esos hombres que supieron convivir con la naturaleza, y mantuvieron limpios de ramas nuestros bosques de robles y cajigos.

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